El 26 de abril de 1937, en plena Guerra Civil Española, la ciudad vasca de Gernika fue bombardeada por los ejércitos alemán e italiano, en apoyo al bando sublevado contra el gobierno de la Segunda República. Este hecho inspiró a Pablo Picasso para pintar su obra más universal, el Guernica.
Con el paso del tiempo, esta pintura, que se exhibió por primera vez en el pabellón de España en la Exposición Internacional de París de 1937, se ha convertido en un ícono de la vulnerabilidad de las personas y en un símbolo atemporal de la denuncia de la destrucción implacable de la guerra.
Picasso es uno de los artistas pictóricos que, en el último siglo, ha mostrado a través de su trabajo las atrocidades del tiempo que le tocó vivir y que ha permitido que el arte no solo sea visto como una experiencia de goce estético, sino como espejo de una sociedad golpeada por guerras, crisis económicas, desastres naturales y en los últimos meses por un virus, que ha puesto al mundo en cuarentena.
Durante este último siglo existieron pintores que fueron influenciados por las calamidades que vieron. Ahí están, por ejemplo, los artistas que vivieron durante la Primera Guerra Mundial. Entre 1914 y 1918 se calcula que 56 millones de hombres fueron enviados a combate, de ellos 26 millones murieron. Algunos se alistaron después de estallar la guerra, entre ellos artistas expresionistas alemanes como Otto Dix y Max Beckmann.
Dix fue de los pintores más prolíficos que hubo durante el conflicto. Se alistó como voluntario en la artillería alemana y combatió en el frente de Francia y Flandes, Su interés por estar en la primera línea de combate respondía a su necesidad de querer verlo todo con sus propios ojos. “Todos los abismos de la vida tengo que vivirlos por mí mismo. Por eso voy a la guerra. Y por eso, desde luego, me enrolé como voluntario”, dijo.
En esa misma época, artistas como Marc Chagall dibujaban soldados heridos mientras que Natalia Goncharova representaba, en su serie de litografías, ‘Imágenes místicas de la guerra’, a los antiguos íconos rusos bajo el fuego.
En plena guerra, en febrero de 1916, la crisis que vivía el mundo encontró un punto de fuga en un grupo de artistas que fundó el movimiento que más tarde sería conocido como dadaísta. Entre los presentes en el Cabaret Voltaire de Zúrich, donde surgió el movimiento, estuvieron Hugo Ball, Tristan Tzara, Marcel Janco, Hans Arp, Sophie Taeuber-Arp, Emmy Hennings y Richard Huelsenbeck.
A pesar de la crudeza de la vida durante el período de entre guerras, artistas como Paul Klee, Vasili Kandinsky, Emil Nolde o Ernst Ludwig Kirchner lograron que el arte se mantenga como una especie de faro que iluminaba la vida de una sociedad, que luchaba por salir del fatalismo.
En 1938, antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar en París la Exposición Internacional del Surrealismo que marcó el apogeo de un movimiento que trato de reinventarse sin éxito después del conflicto bélico.
En aquella muestra participaron, entre otros, Marcel Duchamp, Jean Arp, Dalí, Max Ernst, Masson, Man Ray, Óscar Domínguez y Meret Oppenheim.
La obra de varios de estos artistas fue reunida años más tarde por Adolfo Hitler en la muestra ‘Exhibición de arte degenerado’, con la que quería mostrar a los alemanes lo que él consideraba el trabajo de judíos y bolcheviques que debía ser despreciado. Bajo el calificativo de “degenerado”, los nazis difamaron a movimientos como el cubismo, el expresionismo, el dadaísmo y el surrealismo, todo aquello que según Hitler no podía entenderse por sí solo y que contravenía los principios del nacionalsocialismo.
Las crisis económicas también han trastocado la mirada de los artistas en este siglo. La Gran Depresión, por ejemplo, no solo dio inicio a una década de pobreza, hambruna y desempleo en Estados Unidos, sino que fue un punto de inflexión para los artistas pictóricos del país, que en 10 años encontraron un estilo propio.
El período entre el famoso Martes Negro y la participación de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un “laboratorio”. Los artistas confrontados a una crisis económica, social y moral sin precedentes empezaron a cuestionar los valores nacionales y se desligaron de las influencias europeas.
Pintores como Charles Sheer o Charles Demuth inauguraron la década inmortalizando fábricas, mientras que otros como Joe Jones o Alice Neel retrataron la mano de obra barata. Los agricultores expropiados del sur del país y unos campos sembrados de miseria protagonizaron los lienzos de artistas como Marvin Cone o Thomas Hart Benton. El surrealismo, en este país, dio paso a un arte más introspectivo. Artistas como Philip Guston encontraron en la pintura un medio de protesta contra el Ku Klux Klan.
A las crisis bélicas y económicas se han sumado una serie de crisis sociales. La última provocada por un virus que ha paralizado el mundo. Es incierto saber si durante esta pandemia o después de ella se están generando o se generarán nuevos movimientos artísticos o cómo retratarán esta pandemia pintores como Ai Weiwei o Banksy. Lo único que hay a la vista son ilustraciones como las de Pascal Campion, el autor de Lifeline (La línea de la vida), la imagen que fue portada del The New Yorker del pasado 13 de abril.
La imagen, que fue portada de un periódico, y que bien podría estar colgada en la pared de cualquier galería del mundo, es un homenaje a los repartidores de comida que están trabajando durante esta emergencia sanitaria. En medio de la noche en una ciudad vacía aparece un hombre diminuto con su bicicleta diminuta alumbrados por la luz de un farol. Aquella imagen es, sin duda, un nuevo espejo en el cual se puede ver y pensar la vulnerabilidad en estos tiempos.
Fuente: Diario el Comercio