El mejor Brasil de la historia celebra 50 años de coronación en el Mundial de México 1970

Distrito Federal, al sur. La fecha no la olvido jamás: 4 de octubre de 1992. Experimenté una sensación de encantamiento, de asombro, al pasar el primer torniquete. Estaba maravillado y aturdido por el impactante golpe de vista porque, a medida que me acercaba, la descomunal mole de cemento se agigantaba. Y también feliz como un niño al que se le hace realidad un sueño futbolero. Un mediodía, alumbrado por un sol canicular, entré por primera vez al colosal estadio Azteca y ese recuerdo todavía me pone la piel de gallina. Me regocija.

La excusa era ver un partido entre Cruz Azul y el Necaxa de Álex Aguinaga. Hubo siete soles, ganaron los rojiblancos (4-3), silenciaron a los hinchas cruazulinos –eran mayoría–, y la asistencia rebasó los 100 000 espectadores. Pero lo que realmente me interesaba, al ingresar, era saber cuál era el arco norte del Azteca. “Ese”, confirmó un trabajador del estadio. “Aquel”, ratificó un periodista mexicano. “El de allá”, señaló Julio Sotelo Ferrusquia, jefe de la porra necaxista.
Estar en la catedral donde se consagró el mejor Brasil de la historia, identificar en qué puerta Pelé –después de elevarse al cielo– anotó de cabeza su último gol en una Copa del Mundo e imaginar en el mismo lugar de los hechos que podía observar, mientras soñaba despierto, a ese incomparable Brasil desatar toda su furia ofensiva, su arte y magia en la final del Mundial de México 1970, contra Italia, eran la razón principal de conocer el Azteca.
El escritor mexicano Juan Villoro lo entiende. Lo explicó mejor en 1998. “Ningún gol puede afectarme como uno de hace cerca de 30 años. Estoy en la final de México 70 y escucho la tremebunda voz de mi padre: ‘En la final, el equipo que anota primero pierde’; así ha sido en todos los mundiales. Veo el salto del Rey Pelé para llegar a la cita del destino con su frente, el balón en las redes, la mirada de Gerson rumbo al cielo y sus manos unidas en plegaria, el estadio Azteca volcado en emoción compensatoria de apoyo a los brasileños. ‘El primero que anota pierde’. La negra profecía carga de dramatismo el festejo. Tengo 13 años y mi padre siempre tiene la razón. Pero Brasil tiene a Pelé”, escribió el autor de Dios es redondo y Balón dividido.
Este domingo se cumplen 50 años de la obtención del tricampeonato del Brasil de Pelé, Gerson, Tostao, Rivelino, Jairzinho (los cinco números 10), Carlos Alberto, Clodoaldo y Wilson Piazza. No vi ese torneo en vivo y en directo, era muy pequeño en 1970; pero a mediados de los años 80 el antiguo Canal 10, por iniciativa de Manuel Kun, transmitió varias veces la final y la semifinal Italia 4, Alemania 3. No me importa lo que digan: que se jugaba a un ritmo lento, que se marcaba menos (Italia ya tenía, a esas alturas, ganada su triste fama ultradefensiva con la aplicación del catenaccio), o que había muchos espacios. No deja de fascinarme ese Brasil porque, pese a las obsesiones modernistas de hoy, respetó la esencia simple del fútbol: anotar más goles que el rival.

Fuente:Diario El Universo.

 

 

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